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En el aire se notaba la llegada de algo nuevo; el suave viento del oeste alborotaba los pelos de la gente al andar. Se colaba entre los barrotes de la ventana, llenando la celda del olor de la primavera. Sentado en un rincón con la cabeza gacha, con un lápiz en una mano y un papel sobre las rodillas, estaba él. Se llevó una bocanada la hoja de papel, haciéndola flotar. “Ya está aquí”. Se levantó de un salto, se agarró a los barrotes y miró al exterior. Colaba la nariz entre ellos, olisqueando, sus ojos buscaban algo en el horizonte. Ese nuevo aire llenaba toda la celda, y toda la ciudad, con un fuerte olor a primavera, agua y tierra. Al paso de los días el sonido incesante del roce del lápiz con el papel aumentó, repitiendo siempre las mismas palabras: “Pronto. Ya está aquí...”
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