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Publicado por anzooo

Ramón acababa de entrar en su celda, oyó detrás suya el sonido de las llaves que cerraban la puerta. Desde la minúscula ventana se veía el mar, a lo lejos el beso del océano con el cielo.
Un pequeño barco estaba encallado en la playa, lejos del puerto, parecía haberse desviado de su rumbo. Los pocos marineros que subían y bajaban por el pesado ancla, que recolgaba sobre la tupida arena, hablaban en un idioma que Ramón desconocía.
"Seguro que estos son de Mongolandia, por lo menos de lejos lo parecen."
Cuando se cansó de mirar por la ventana, se tumbó en la cama, y mirando al techo se durmió.

 

Publicado por anzooo

El preso rascaba el duro muro de piedra con la uña, provocando un sonido harto desagradable. Con la mirada clavada en uno de los papeles que acababa de escribir respiraba acompasadamente, llegando el aire hasta el fondo de los pulmones.
Se oían por el pasillo los pasos nerviosos de Rosana, llevando bajo el brazo el pesado revolver. El preso miró hacia la figura encorvada que pasaba frente a su celda, la vio cerrar la puerta y oyó el pesado ruido metálico que hizo el revolver al caer contra el suelo.
Tras salir de su ensimismamiento, alzó su cabeza, fue levantándose poco a poco de la cama, haciendo rechinar de modo lastimero los muelles, como un millar de grillos acatarrados.
Se agarró fuertemente a los barrotes, e intentó meter la cabeza entre dos de ellos. Aspiró con fuerza el aire del exterior, buscando en su cerebro ese olor que hace varias semanas reconoció.
"Sé que estás ahí aunque no te huela, pero te noto en el ambiente." Se dijo en pensamientos.

 

Publicado por anzooo

Ramón estaba sentado en la mesa circular que ocupaba toda la sala. Desde la puerta vigilaba el sargento Rojas, a través del cuadrado de cristal semiopaco.
- ¿Sabes argo de Lucía? - preguntó Ramón.
La mujer rechocha se removió en el incómodo taburete, que amenazaba con ceder bajo su peso. Los rojos mofeltes resoplaron, y pasándose una mano por la cara dijo:
- Dice que la deje en paz ya, coño. Que un ramo de flores está bien, pero con los perros y gatos te pasaste.
Ramón esbozó una sonrisa, y con tono guasón dijo:
- Creía que le gustaban los animales, tu saes que yo soy un ditallista. ¿Y si le mando argo de való, un anillo?
La mujer se levantó de repente del taburete, mostrando una habilidad asombrosa para manejar toda esa grasa fofa. Señaló a Ramón con el dedo índice, y con voz tranquila le dijo:
- Te están buscando, Lucía está harta de tí. Yo que tú dejaría de molestar, o Hector vendrá por aquí, ¿y tú no quieres eso no?
Giró sobre sus talones, y cuando abrió la puerta se le cayó el sargento encima; que se había quedado dormido, apoyado sobre la puerta. El grito de dolor se oyó en toda la cárcel, más de doscientos kilos se apoyaron con saña sobre su estómago.
" Un anillo de esos con rubises estaría bien", pensaba Ramón sin prestar atención a los gemidos del sargento.

 

Publicado por anzooo

Salieron Ramón y el sargento de la celda de Ramón. Anduvieron todo el pasillo hasta perderse por las escaleras que bajaban a la zona de visitas.
Rosana asomó la cabeza por entre los barrotes, forzó la vista hasta que se aseguró de que habían desaparecido los dos. Rebuscó en su rubia cabellera hasta que encontró lo que buscaba: una orquilla oxidada. Sacó la mano por los barrotes, e introduja la orquilla en el hueco de la cerradura. La forzó durante varios minutos, hasta que sonó un leve chasquido; entonces la sacó y abrió la puerta. Caminando de puntillas fue hasta la mesa del sargento, revolvió los papeles y abrió todos los cajones. En el último de estos encontró lo que buscaba: la vieja pistola que llevaba siempre en el bolso, y que al encerrarla tuvo que entregar. La cogió sin vacilar y volvió a su celda.

 

Publicado por anzooo

- ¡Kilin mi softli güiz jis song, Kilin mi softli güiz jis song,
Telin mai güole laif güiz jis güords,...!
Cantaba Ramón mientras hacía su cama, dándole la vuelta a las sábanas acartonadas y amarillentas. El popurrí de canciones de Ramón empezaba a las seis y cuarto de la mañana, destrozando todos los estilos: desde el soul estadounidense, pasando por canciones populares españolas, y terminando con un rap improvisado.
- ¡Ay ay, ay, que pena me dá que me sá morío er canario.
Ay que pena me dá que me sá morío er canario!
Los demás reclusos se habían acostumbrado a los destrozos musicales matutinos, y ya nadie le decía nada, incluso a veces, el pequeño viejecito de la celda del fondo lo acompañaba con palmas.
El sargento Rojas estaba viendo las monstruosas espaldas de Ramón desde el pasillo, con tapones en los oídos. Cogió aire, se llevó su silbato reglamentario a la comisura de los labios, y sopló con todas su fuerzas. Los pocos presos que Ramón no había despertado, os despertó el penetrante ruido del silbato.
- ¡ Todos los días lo mismo, te cortaré el carnet de padre como sigas cantando por las mañanas, así por lo menos cantarás mejor. Sucia rata de ópera...- gritó con todas sus fuerzas el sargento.
Ramón intentó escusarse con argumentos baratos:
- Señó sargento usté no intiende mi arte. Yo podría haber sido cantutor, con guitarra y tó, pero mi mujé no me dejó.
- ¡Cállate, tienes una visita!. Vamos.
Y tras abrir la puerta y esposar a Ramón, salieron ambos de la celda.

 

Publicado por anzooo

Las estrellas iluminaban la noche, que helaba los huesos de los presos. La luna nueva daba un aspecto vacío a la noche, que le faltaba ese gran foco blanco. El suelo de la celda estaba lleno de hojas de papel escritas a lápiz, arrugadas en forma de pelotas. El silencio nocturno lo rompía el chirriar de los muelles del colchón de Rosana, que chirriaban a causa de las embestidas del sargento Rojas. El preso no podía dormir, no por el ruido sino por ese olor que él olía.
Los mueles cesaron de sonar, y se oyó un ruido sordo cuando el sargento cayó al suelo, exahusto.
El preso examinaba el techo de su celda con la poca luz que entraba por la ventana. De repente se levantó una ráfaga de aire, el preso se levantó de un salto y fue a mirar por la ventana. Una de las pelotitas había pasado entre los barrotes y cruzó el pasillo, hasta llegar a la celda de Ramón; quien estaba también despierto.
Cogió la pelotita de papel, la desenvolvió y leyó lo que ponía:
"Ya está aquí, es sólo cuestión de tiempo que llegue. Ha tardado mucho tiempo, ¿qué habrá pasado?, la calma chicha que precede a la tormenta era ya insoportable, pero ya la tormenta se acerca, e inundará a todas las personas con su agua. En el aire huelo ya su llegada, se acerca poco a poco, y soy yo el único que la espera"
Ramón miró al preso que miraba por la ventana, y pensó: "Que tipo más raro, todo el munco sabe que nunca llueve por la noche"

 

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- Esta noche me pasaré por aquí, estate preparada. - dijo el sargento con una sonrisa pícara en los labios. Rosana lo miraba de reojo, con los ojos centelleantes de odio.
- No creo que sea una buena idea, hoy quiero dormir.
La respuesta de la prostituta no le gustó al sargento en absoluto, y zarandeando los barrotes gritó:
- ¡¿Que no te apetece!?, creo que no estás en disposición de decir nada. Tu hijo está ahí fuera porque yo quise, hicimos un trato. ¿O quieres volver a tu hijo aquí dentro?
Rosana agachó la cabeza y dijo con voz queda:
- No... ¿entonces esta noche?...vale.
La sonrisa de superioridad del sargento no la vió Rosana, que estaba mirando como caían las lágrimas al suelo, formando un charco.

 

Publicado por anzooo

Rosana lavaba la sucia camiseta de rayas en el lavabo, que estaba empotrado en la pared del fondo de la celda, justo debajo de la ventana. Era la suya la única celda que tenía uno. Se esmeraba en quitar las manchas de grasa de las mangas, frotando con las manos desnudas.
Le caía el pelo rubio platino sobre los hombros y por parte de la cara, tapando un ojo. Se conservaba bastante bien, pese a rondar ya casi el medio siglo de edad. Cuando terminó de frotar, y casi habían desaparecido ya las manchas, dijo susurrando:
- chhssss, tú. Aqui tienes tu camiseta, hijo.
El preso de enfrente a Ramón se levantó de la cama, dejó el papel y lápiz en el suelo, y entre los barrotes alargó su brazo derecho. Rosana describió una forzada curva con el brazo para lanzar lo más lejos posible la camiseta mojada, que pudo coger con algo de suerte el preso.
- Gracias, no sé como han podido llegar ahí las manchas... - dijo el preso escurriendo la tela húmeda.
A Rosana le caía bien ese tipo, pese a su aspecto enfermizo y a los ataques de locura que le daban a veces, cuanto gritaba eso de "ya viene, ya viene".
"Pobre hombre, está loco. ¿Qué será eso que viene?, ojalá venga algo y nos saque a todos de aquí. Bueno, a todos no, con que salga yo me conformo. No soporto más tiempo aquí, aunque mejor están estos delincuentes aquí que en la calle..." Pensaba para sí Rosana, mientras veía al preso encaramado a los barrotes de su ventana.
"Pero ese sargento... mal rayo lo parta". Esto lo pensó justo cuando el sargento Rojas avanzaba hacia su celda, con unas llaves en la mano, y silbando muy alegre. Al notar que Rosana lo miraba le guiñó un ojo y sonrió.

 

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Los barrotes tenían un color rojizo, por el óxido, que se dejaba ver en grandes cantidades a lo largo de la superficie de éstos. El preso de la celda de enfrente engullía su comida, abriendo la boca más de lo necesario, y con grandes y sonoros sorbos bebía el agua. Su aspecto fuerte y corpulento se disimulaba bastante bien con las rayas verticales, de color negro, de la camiseta y del pantalón. Mientras terminaba de lamer el plato se fue levantando lentamente, apoyándose en el suelo para sostener su enorme peso. Una vez de pie, dejó caer suavemente entre las yemas de los dedosel plato, finjiendo resbalársele; produciendo un sonoro ruido metálico con las losas de piedra.
-¡Señó sargento!- gritó con una voz lastimera.-¡Señó sargento!.
A las voces se unieron los susurros de los demás presos, en especial la prostituta de la celda más cercana a Ramón.
El sargento Rojas se levantó de su cómodo sillón de mala gana, cogió su porra y se puso la gorra:
- ¿Qué quieres ahora Ramón?, tu voz me levanta dolor de cabeza.
Ramón, que era seis o siete cabezas más alto que el sargento, se agachó, e intentando poner una cara que inspirara pena dijo:
- Me sá caío el plato, y tengo hambre. ¿Podría darme usté algún trocito de pan más?
El sargento miró la gran mole que era el preso, pensó durante unos instantes, terminó por darse la vuelta y dirigirse a la celda de enfrente. Se agachó y cogió los trozos de pan que el preso, aún despertándose de su sueño, no había recogido del suelo, y se los ofreció a Ramón.
- Y estate calladito ya, joder. Que quiero dormir.
- Fi, feñó, creo que fo dormiré un rato tmfbién.- dijo Ramón con la boca llena.

 

Publicado por anzooo

Acabó exhausto de la larga retaíla de carjadas. Sus músculos abdominales se encogían con fuertes espasmos, las piedras del suelo se le clavaban en la espalda y las lagrimas le caían por las mejillas, formando dos carchos a derecha e izquierda. Su risa, justo antes de caer en un profundo sueño, sonaba ahogada e intermitente, acompasada con su respiración entrecortada.
Cuando se cerraron sus párpados, y su abdomen y su respiración se tranquilizaron, se olvidó que estaba en la cárcel. Salieron de su cabeza las imágenes que guardaba de su infancia. Se vió sentado en una roca, en el campo. El sol había salido ya de su escondite, justo detrás de las montañas desdibujadas del horizonte; los primeros rayos serpentaron entre las estrellas, abriéndose paso entre los últimos instantes de la noche.
Las tonalidades amarillas de la luz daban un brillo dorado a los campos de trigo y vid. Relucían bajo ella las cintas que envolvían los olivos, asustando a los pájaros con su reflejo. El largo camino que llevaba a la casa parecía un río marrón, con largas hileras de árboles a los lados. Y la enorme casa, un reluciente faro de luz blanca entre todo aquel hermoso dorado.
Iba camino a la casa cuando le salpicó agua en la cara. Miró hacia arriba escudriñando el cielo, buscando alguna nube, pero no había ninguna, solo azul. Siguió andando, pero apenas dio tres pasos más cuando le golpeó en la cabeza algo metálico.
Abrió los ojos y oyó la voz del sargento:
-¡Hora de la comida, sucias alimañas!
Y a su alrededor, en el suelo, estaban su vaso de agua vacío y su plato, con los mendrugos de pan repartidos por toda la celda.