Ramón acababa de entrar en su celda, oyó detrás suya el sonido de las llaves que cerraban la puerta. Desde la minúscula ventana se veía el mar, a lo lejos el beso del océano con el cielo.
Un pequeño barco estaba encallado en la playa, lejos del puerto, parecía haberse desviado de su rumbo. Los pocos marineros que subían y bajaban por el pesado ancla, que recolgaba sobre la tupida arena, hablaban en un idioma que Ramón desconocía.
"Seguro que estos son de Mongolandia, por lo menos de lejos lo parecen."
Cuando se cansó de mirar por la ventana, se tumbó en la cama, y mirando al techo se durmió.
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